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Bienvenido a este sitio en
honor a la Santísima Virgen María, que fue inaugurado en Internet el 7 de
noviembre de 2002,
Fiesta de María Mediadora de todas las Gracias. A
continuación transcribimos la Catequesis de Juan Pablo II
referidas a los Misterios de Gloria del Santo Rosario.
Vivamos el 2004 con confianza en
Dios
imitando la Fe de María.
«La
contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su
imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!»
(Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 28).
El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe,
invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión
para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y
en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano
descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co
15, 14), y revive la alegría no solamente de aquellos a
los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena,
los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María,
que experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo
glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a
Cristo a la derecha del Padre, sería elevada Ella misma
con la Asunción, anticipando así, por especialísimo
privilegio, el destino reservado a todos los justos con la
resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como
aparece en el último misterio glorioso–, María resplandece
como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y
culmen de la condición escatológica del Iglesia.
En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la
Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio
glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia
como una familia reunida con María, avivada por la efusión
impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión
evangelizadora. La contemplación de éste, como de los
otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a
tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en
Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran
'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los
misterios gloriosos alimentan en los creyentes la
esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se
encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la
historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un
testimonio valiente de aquel «gozoso anuncio» que da
sentido a toda su vida. (Juan Pablo II,
Rosarium Virginis Mariae,
23)
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